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En Fukagawa, en su cabaña al otro lado del rio, sentados bajo el bananero que le habían sembrado sus discípulos, Bashō les preguntó:
—¿Cómo creéis que es el alma de los hombres?
—Como una gran montaña que alcanza el cielo y permanece siempre —dijo Kiorai.
—Cómo un río cuyo caudal es infinito y sereno —respondió Nozawa, el médico. Hubo un momento de silencio. Sobre ellos, la brisa agitó levemente las hojas del árbol.
—Y tú, Takarai, ¿qué piensas? —le inquirió el maestro.
—Que el alma es como tus haikus, maestro. El aliento que exhala nuestro ser en un lugar y en un momento. La forma de nuestra emoción.
Todos asintieron.
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