El cantar del agua y la piedra

En el año 1939 encontramos a Genoveva casada y con un hijo recién nacido. Vive en una casa vieja que los padres de Camilo, su marido, les han arreglado. La vida en su pueblo castellano no es fácil para una persona social y económicamente desfavorecida; y menos en aquella España de posguerra, donde el hambre y las privaciones eran la norma. Pronto se da «de bruces» con la «mala sombra», la causa imaginaria del puñado de desgracias y calamidades que le tocan vivir. El primer desastre que sufre es el incendio de su casa, una casa antigua con vigas y postes de madera.

Empieza entonces su particular «lucha por la vida» con el coraje y la entrega que caracteriza a tantas y tantas mujeres de la España rural. Ella y Camilo tienen que enfrentarse no solo a las personas que les impiden alcanzar sus sueños de conseguir casa, tierras y dignidad para su familia, sino a una naturaleza a veces amable y bonita, pero, otras veces, fiera y destructiva. Además, su historia, como las de sus vecinos, está ligada a los cambios sociales y políticos del país, de modo que el progreso y las costumbres modernas van a chocar de lleno con las metas que se habían propuesto alcanzar en sus vidas. Sin embargo, es mayor el sacrificio de Genoveva porque siempre está dispuesta para todo y para todos: la casa, los hijos, los animales, la huerta, el campo…