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En la convulsa coyuntura de la nación, emergió el liderazgo de una poderosa ciudad: Jerez de la Frontera, que a mediados del siglo XIX destacaba con prominencia por su floreciente industria vitivinícola y la producción agraria de su vasto término rural. Prosperó gracias a la labor de audaces líderes y capitalistas que la transformaron en la privilegiada y predominante urbe de la extensa región bañada por las aguas del río Guadalete, desde su nacimiento en Grazalema hasta su desembocadura en la bahía de Cádiz. Jerez floreció por la industrialización, la expansión de su economía, el comercio y el progreso. Su población urbana creció por la concentración del obrero agrario. La poderosa burguesía local fue la clase dominante, que dirigió los mecanismos de poder y el capital. Frente a ella, una gran masa jornalera estuvo subordinada a las labores agrícolas y a la precariedad. La tardía Revolución industrial llegó con la construcción de la primera línea férrea de Andalucía en 1852: la de Jerez-Trocadero, que propició el desarrollo de las comunicaciones con el propósito de transportar el sherry hasta la bahía para el posterior embarque en navíos. Veinte años después, la preponderante industria vinícola contaba con una genuina línea ferroviaria que recogía el vino en las bodegas, enlazaba con la ruta principal y llegaba al muelle específico en el puerto de Cádiz para su posterior envío. La exportación del sherry no tuvo parangón, perviviendo con la calamitosa existencia de los jornaleros. Entre mediados del siglo XIX y comienzos del siguiente evolucionan los acontecimientos de Sueños de gloria y libertad. En este periodo coexistieron poder y pobreza, realeza y anarquía, justicia y revolución, honor y venganza, caciques y proletarios… Las circunstancias que cohabitaron en España tuvieron peculiar relevancia en toda la comarca. Y hasta el eco de las caracolas se contagió del grito de liberación.
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