Autor:
ISBN:
En stock
El amor de las plantas, su flor,
y la flor de las almas, su amor.
Angélica, mujer joven y atractiva, casada y madre, al encontrarse con el poeta —tal vez con escasa conciencia o freno de lo que en adelante les pudiera ocurrir—, con el encanto de sus risas sonoras y su cálida espontaneidad, desencadenó entre ambos una tormenta de fuego que nadie pudo luego apagar. Idilio que no tardó en convertirse en escándalo ante los familiares, las amistades y la vecindad, por lo que ella fue reprimida sin consideración. Mas, he aquí que, como a través suya se resentían también las sacrosantas leyes del amor, la vida misma, esta reaccionó con aspereza contra los amantes protagonistas y su entorno familiar. Tal fue la razón principal por la que, al cabo, las relaciones entre unos y otros se envenenasen, a tal punto que acabaron con ellos: primero con Alfonso, el poeta, y de poco, casi también con ella. Y unos y otros, ante el trágico desenlace, quedaron pasmados, preguntándose quién o quiénes fueron los culpables de tamaño desastre.
Pero hay otra versión, otra estampa sinóptica que, por romántica y poética, a los protagonistas les cuadra mejor, y de ahí que yo la prefiera. Hela aquí:
Como una rosa que desde su entreabierto cáliz ve, feliz, lo que espera, que es el primer resplandor del alba, y de inmediato extiende allá las frescas alas de sus pétalos, ansiosa de luz y color; y acaso con alguna lágrima de rocío, pronto acaba abriéndose del todo al gran día primaveral, deshecha en cascadas de risa y belleza… —Así la vio venir el poeta por primera vez. Luego, ella, al sentir que las imposibilidades vencían las ansias de su corazón, frustrada y triste, se recogió en sí misma. Y cuando, al cabo, él la volvió a ver, estaba toda marchita. Transida de pena, de su rostro se le caían los pétalos, y ya no se la oyó reír nunca más.
© 2024 Desarrollado por Karma Agencia